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Este texto está basado en la ponencia presentada por el autor en el panel “Transparencia y Participación Ciudadana“, organizado por ACCESA en el marco del VII Congreso Centroamericano de Ciencias Políticas

A inicios de milenio, el politólogo británico Colin Crouch definió el estado del sistema político de su país con el término post-democracia. Para Crouch, en esta post-democracia, si bien se permitían las elecciones libres y éstas podían llevar a cambios de gobierno, el debate político era un espectáculo estrechamente controlado por equipos de expertos en técnicas de persuasión.

En este sistema, la masa de ciudadanos juega un papel pasivo y apático, respondiendo únicamente al pequeño rango de temas previamente seleccionados por estos expertos. Detrás de todo este espectáculo del juego electoral, empero, las decisiones políticas se efectúan realmente en privado por medio de la interacción entre los gobernantes electos y las élites que en su mayoría representan grandes intereses económicos.

En resumen, en la post-democracia la política pasa a ser un juego dominado por la publicidad y la personalización, al mismo tiempo que los programas de partidos y el carácter de la competencia partidaria asumen matices cada vez más blandos y superficiales.

Esta post-democracia hay que contrastarla, según Crouch, con una visión ideal de la democracia que, si bien es difícil de alcanzar en plenitud, debe al menos guiar las relaciones entre gobierno y ciudadanía. En esta visión ideal, la democracia prospera cuando existen grandes oportunidades para que la masa de gente ordinaria participe activamente, por medio de discusiones y organizaciones autónomas, en la formación de la agenda pública, y cuando estas oportunidades son activamente utilizadas por la ciudadanía. En comparación con este ideal, la post-democracia definitivamente deja mucho que desear.

Si bien cuando Crouch definió la post-democracia hace más de 10 años se refería principalmente a las democracias de los países desarrollados del Norte, es fácil encontrar amplios paralelismos entre su descripción de un sistema político anquilosado y carente de propuestas en donde la superficialidad del mensaje publicitario reina ante una población cada vez más apática, con la realidad política de un país como el nuestro.

Un país como Costa Rica, con el nivel más bajo de participación ciudadana de toda la región, con niveles de abstencionismo altos (y que a nivel municipal alcanzan niveles preocupantes), con gobiernos que sufren de baja aprobación crónica y en donde el análisis político se enfoca en cuestiones de comunicación política puramente instrumentales (lo que importa es cómo se vende una idea, no la idea en sí), muy probablemente se podría describir como post-democrático.

Ante esta situación, Crouch describe dos posibles reacciones ciudadanas: una positiva, en donde grupos y organizaciones de personas desarrollan identidades e intereses colectivos y autónomamente formulan demandas que luego son traspasadas al sistema político; y una negativa, en donde el énfasis de la ciudadanía está en quejarse y en donde el principal objetivo es ver a los políticos ser llamados a cuentas, con sus cabezas colocadas sobre la guillotina, y su integridad pública y privada siendo exhibida al escrutinio más intimo. Crouch considera que la democracia necesita de esos dos tipos de activismo ciudadano, pero se lamenta de que en tiempos recientes sea el modelo negativo el que recibe más énfasis.

La transparencia y la rendición de cuentas, en sistemas políticos como el nuestro, ha sido comúnmente confundida con ese tipo negativo de respuesta ciudadana. Pero si bien es cierto que un aspecto importantísimo de la transparencia es llevar a la luz actos de corrupción, esto no se debe malentender como un simple deseo primal de ver a los poderosos caer y la sangre (metafóricamente hablando) correr, como si la política tuviera que ser un simple juego de élites en donde la ciudadanía es espectadora pasiva de un espectáculo de ascensos meteóricos y caídas estrepitosas.

La transparencia en ACCESA la entendemos de una forma distinta: no como una cacería de brujas, sino como una serie de prácticas que facilitan el control ciudadano sobre la actividad pública con el fin de alcanzar una sociedad más abierta e involucrada.

Esta sociedad abierta la entendemos como una sociedad transparente, crítica y libre. que se caracteriza por tener un gobierno democrático que reconoce, garantiza y promueve los derechos humanos, incluido el derecho de participar activamente en su construcción y dirección. Para que dicha participación sea real debe garantizarse el derecho al acceso al conocimiento y la información pública, así como la libre toma de decisiones individuales y colectivas. Es importante resaltar que cuando nos referimos a sociedad abierta no nos referimos a la perdida de privacidad ciudadana para fines comerciales o de espionaje estatal. Este tipo de recolección indiscriminada de datos es, en sí mismo, un síntoma de una sociedad que no es lo suficientemente transparente.

En otras palabras, nuestra idea de sociedad abierta se asemeja mucho a la democracia ideal de Crouch: un sistema en el que la ciudadanía tenga y aproveche amplias oportunidades para colaborar en la formación de la agenda pública y asegure así que sus intereses sean tomados en cuenta Todavía no hemos llegado a esa sociedad abierta; nos encontramos por el momento en el umbral de la post-democracia, inmersos en una política de discursos simplistas y de ciudadanos resignados al inmovilismo. Pero precisamente para contrarrestar esa situación es que quienes formamos ACCESA, ciudadanos ordinarios como cualquiera, un día decidimos sacudirnos la apatía y luchar por una democracia más transparente, vibrante y participativa.

Manos a la obra.

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